MANUEL BELGRANO

“Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría a favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el del común. Sin embargo, ya que por las obligaciones de mi empleo podía hablar y escribir sobre tan útiles materias, me propuse, al menos, echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos, ya porque algunos estimulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo, ya porque el orden mismo de las cosas la hiciere germinar.” Belgrano-autobiografía.
De esta manera, pensaba el Secretario del Consulado español en el Virreinato del Río de la Plata; institución que tenía la misión de fomentar y proteger la industria, la agricultura, el comercio y administrar la justicia mercantil. Describe a los miembros del Consulado de la siguiente forma: “todos eran comerciantes españoles; exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber: comprar por cuatro para vender por ocho, con toda seguridad”.
Con veinticuatro años, el flamante abogado retorna desde España, cargado de ilusiones y de ideas que desarrolla con la lectura de autores que despertaron en él iniciativas de organización; Montesquieu, Rousseau, Adam Smith, entre otros.
En España, a sus 19 años había sido designado presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca.
Desde el Consulado, sus proyectos tendían a impulsar el desarrollo en el campo de la agricultura, la industria y el crecimiento demográfico a través de la creación de escuelas agrícolas, de dibujo, de arquitectura y comercio. En sus memorias desarrolla la propuesta agrícola: “La agricultura es el verdadero destino del hombre. En el principio de todos los pueblos del mundo cada individuo cultivaba una porción de tierra, y aquéllos han sido poderosos, sanos, ricos, sabios y felices mientras conservaron la noble simplicidad de costumbres que procede de una vida siempre ocupada, que en verdad preserva de todos los vicios y males…
Todo depende y resulta del cultivo de las tierras; sin él no hay materias primas para las artes, por consiguiente, la industria que no tiene como ejercitarse, no puede proporcionar materias para que el comercio se ejecute. Es, pues, forzoso atender primeramente a la agricultura como que es el manantial de los verdaderos bienes”.
Belgrano continúa sus estudios de economía, y difunde sus ideas liberales a sus amigos porteños, compartiendo las mismas con su primo, Juan José Castelli, próximo motor de la Revolución de Mayo.
Hacia 1801, participa de la fundación del primer periódico porteño: “Telégrafo Mercantil”; es autor de los Estatutos de la Sociedad Patriótica, Literaria y Económica; redacta el reglamento de dos escuelas: “Geometría, arquitectura, perspectiva y todas las demás especies de dibujos” y la de la “Academia de Náutica”. Lamentablemente, no recibe los fondos necesarios, por parte de las autoridades para su funcionamiento, hasta después de las invasiones inglesas.
Por sus actividades en el terreno intelectual, del que sobresalía notoriamente, se lo ha definido al Doctor Manuel Belgrano como “precursor de la Independencia de estas tierras”
Su patriotismo, sustentado y expresado por sus conocimientos en el campo del derecho y la economía, lo lleva a actuar en otros campos: el militar y la diplomacia.
Estuvieron bajo sus ordenes militares de la talla de José María Paz, Manuel Dorrego, Lamadrid, De la Cruz, Bustos, entre otros, lo que demuestra su abnegación, compromiso y capacidad en todos los terrenos.
San Martín, dijo de Manuel Belgrano: “En caso de nombrar quien deba reemplazar a Rondeau yo me decido por Belgrano; éste es lo más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame usted que es el mejor que tenemos en la América del Sur”.
Al enarbolar por primera vez la bandera, dirigió a su ejército, la siguiente proclama: “Soldados de la Patria: En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro excelentísimo gobierno; en aquel, la batería de la Independencia, nuestras armas aumentarán las suyas.
Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la libertad.
En fe de que así lo juráis, decid conmigo ¡Viva la Patria!
Señor Capitán y tropa destinada por primera vez a la batería Independencia; id, posesionáos de ella, y cumplid el juramento que acabáis de hacer”.
El 20 de junio de 1820 a las siete de la mañana, el día que Buenos Aires llegó a tener tres gobernadores, murió el Dr. Manuel Belgrano en la misma casa que lo había visto nacer. Fue enterrado en la Iglesia de Santo Domingo, y sobre su tumba se colocó una simple loza que decía: “Aquí yace el General Belgrano”.

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